¿Sientes que a pesar de los intentos por solucionar un problema, este se mantiene igual, generando un malestar significativo en tu vida?
Trabajando en equipo lograremos cumplir tus objetivos, aprenderás estrategias para afrontar situaciones estresantes. Mi finalidad, que encuentres estabilidad emocional y paz mental.
Cuando acudir a terapia
Para valorar si es necesaria la ayuda psicológica es muy útil e importante observar si existen ciertos síntomas asociados, como por ejemplo ansiedad, pérdida o aumento de apetito, inquietud excesiva, insomnio o alteraciones del sueño, sensación de tristeza, cansancio inusual, falta de concentración, etc…
También es importante evaluar si se han producido cambios significativos últimamente en el ambiente familiar, laboral o personal que puedan haber desencadenado en parte el estado actual.
Trastornos
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Es un trastorno del estado de ánimo que tiene consecuencias directas sobre el bienestar de la persona y su entorno. La persona se aísla de los demás, ya que no encuentra placer en las relaciones sociales, y se vuelve incapaz de afrontar su día a día. Con el tiempo, comienza a pensar negativamente sobre sí misma, sobre el mundo y sobre su futuro.
La depresión se mantiene en el tiempo y manifiesta síntomas que afectan a la persona en distintos niveles: emocional (tristeza, ansiedad, sensación de vacío, culpa…), conductual (llanto, irritabilidad, evitación de actividades…), en la forma de pensar (tendencia a ver de forma negativa a sí mismo, a los demás y al mundo…) y somático (cansancio, alteraciones del sueño y apetito, pérdida de energía, del deseo sexual…).
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La ansiedad es una emoción normal que se da en todas las personas. Es una señal de alarma, nos alerta para prepararnos ante una situación amenazante, por eso es necesaria para la supervivencia. Sin embargo, la ansiedad se convierte en un problema para la salud cuando se convierte en una reacción excesiva, persistente e irreal a situaciones normales y cotidianas.
Si no se trata, la ansiedad puede durar en el tiempo y sus síntomas pueden ser muy diversos: físicos (palpitaciones, respiración acelerada, presión pecho, mareo, náuseas…), cognitivos (miedo a volverse loco, a perder el control, falta de concentración, pérdida de objetividad…), conductuales (evitación de situaciones, escape, dificultad para hablar, agitación…), y emocionales (miedo, irritabilidad, frustración, nervios…).
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La autoestima es el valor o afecto que depositamos sobre nosotros mismos. A partir de mi autoestima determino mi valor como ser humano. A menor autoestima, menos creo en mi valor, y más derrotado, fuera de la normalidad, abandonado e inútil me siento.
La autoestima es la clave de la felicidad porque es el filtro que media entre nosotros y la realidad. Una autoestima baja desvirtúa todo cuanto se presenta ante nosotros: aumenta los errores y empequeñece los logros. Y puede empañar cualquier aspecto de nuestra vida: personal, laboral, familiar, social, amorosa…
La persona con alta autoestima: se respeta a sí misma, acepta sus cualidades y defectos como ser humano, no cae en comparaciones vejatorias y es tolerante consigo mismo y con los demás.
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Es un proceso que se pone en marcha cuando una persona percibe una situación o acontecimiento como amenazante o desbordante de sus recursos. A menudo los hechos que lo ponen en marcha son los que están relacionados con cambios y exigen del individuo un sobre esfuerzo.
El estrés no siempre tiene consecuencias negativas, en ocasiones su presencia representa una excelente oportunidad para poner en marcha nuevos recursos personales, fortaleciendo así la autoestima e incrementando las posibilidades de éxito en ocasiones futuras. El problema surge cuando se da durante mucho tiempo prologando, forzando en exceso el organismo de la persona trayendo consecuencias. Entre los síntomas encontramos los dolores de cabeza y espalda, malas digestiones, taquicardias, dificultades de concentración y olvidos frecuentes, mareos, insomnio, nerviosismo y preocupaciones, irritabilidad, ansiedad… a largo plazo puede generar graves enfermedades.
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Una persona con fobia o ansiedad social es aquella que evita, o teme, aunque se exponga a ellas, a una amplia gama de situaciones sociales o de actuaciones públicas debido al temor a ser humillada o evaluada negativamente por los demás, o a no saber comportarse adecuadamente. Las situaciones sociales más temidas; las típicas que se introducen en cualquier tratamiento de habilidades sociales (iniciar conversación, ir a fiestas, expresar desacuerdos…) hasta las que implican observación por parte de los demás de ciertas conductas (comer en público, dar conferencias…).
También nos encontramos con la fobia social generalizada que es ansiedad acerca de casi cualquier tipo de contacto interpersonal. Aunque la mayoría de personas sienten algo de ansiedad en situaciones sociales, la diferencia aquí es que alcanza niveles tan elevados que interfiere en la capacidad de actuar adecuadamente.
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Se caracterizan por la incapacidad de la persona para resistir un impulso que produce una conducta dañina, se crea dependencia.Tiene que haber pérdida de control para que se considere una adicción.
Los elementos característicos de toda adicción son: un fuerte deseo o un sentimiento de compulsión para llevar a cabo la conducta adictiva, grandes dificultades para frenar la conducta, malestar cuando la conducta adictiva es impedida y alivio cuando se logra y persistencia en la conducta adictiva a pesar de la clara evidencia de que le está produciendo graves consecuencias al individuo. Como resultado, se produce un grave deterioro en su salud y/o en su vida social y laboral.
En el centro se tratan adicciones: al alcohol, tabaco, internet, pornografía y al sexo.
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El miedo es una experiencia muy común para las personas y tiene un importante valor de supervivencia. Sin embargo, hay veces que se experimenta miedo en situaciones que no suponen una amenaza real, nos encontramos pues ante una fobia.
Aunque el número de fobias específicas es casi ilimitado, más de 500, se han establecido cuatro grandes grupos: animal (arañas, perros…), ambiental (alturas, tormentas…), situacional (volar, puentes…) o SID (sangre-inyecciones-daño).
Todas tienen una serie de características comunes: el miedo es desproporcionado con respecto a la situación real, no puede ser explicada o razonada por parte del individuo, está más allá del control voluntario, lleva a la evitación de la situación temida, persiste a lo largo del tiempo, es desadaptativa y no es específica a una edad determinada.
En el centro se tratan fobias a animales y situaciones.
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Forma parte de los trastornos de ansiedad por el que más se consulta. El trastorno de pánico sin agorafobia se caracteriza por la aparición de ataques de pánico inesperados recurrentes, preocupación persistente acerca de tener nuevos ataques, preocupación acerca de las implicaciones del ataque o de sus consecuencias (perder el control, sufrir un infarto…).
Tenemos el trastorno de pánico con agorafobia. Se repite lo anterior pero con agorafobia: miedo a estar en lugares o situaciones de los cuales pueda ser difícil o embarazoso escapar o en los cuales no se pueda pedir ayuda si se tiene un ataque de pánico. Como consecuencia de este miedo, la persona evita estas situaciones o necesita ser acompañada. Ejemplos de estas situaciones: cines, centros comerciales, ascensores, metro… La agorafobia también puede darse en personas sin historia de ataques de pánico, aunque es muy poco habitual.